Mi familia siempre fue miembro de la iglesia y asistí desde pequeña, pero en un momento dejaron de ir y solo continuamos participando mi hermano Jose y yo. El logró irse a la misión, pero cuando me quedé sola me inactivé mucho. Me sentía insegura, llena de ansiedad, y necesitaba ayuda. Pero un día recordé la invitación que siempre me hacía un amigo de ir a la iglesia, y regresé. Sentí entonces, que el Padre Celestial me amaba, que estaba dispuesto a perdonarme y que siempre me puede ayudar. Le pedí que me diera fuerzas y, paulatinamente comencé a sentirme más tranquila y cuidada.
Fue así que me incorporé a Seminario, y ahí aprendí que Jesucristo y nuestro Padre siempre nos amarán a pesar de nuestros errores. Cuando empecé a ver a Dios como mi Padre entendí que siempre iba a querer lo mejor para mi, y me esforcé por seguirle. Ahora comprendo que Dios siempre está preocupado por mi, obrando aún sin que yo me dé cuenta para ayudarme. Veo hoy que las oraciones sinceras siempre son escuchadas y contestadas, y me estoy esforzando por estar cada día más cerca de Él.

Autoría:  Cristina Peñaloza. (Estaca Quillota, Chile)
Edición:  Daniela Iturrieta – Ariel Noriega